2/13/2023

EL PARAÍSO

 


Es natural para la especie humana, procurarse desesperadamente una autoimagen, sino perfecta al menos ejemplar. Se podría decir que crear esta impresión en los demás es casi una obsesión permanente de toda criaturita descendiente del homo sapiens, parecer una buena persona, inteligente, bondadosa, coherente, atractiva, justa, divertida, etc. Si no todas, al menos una o varias de las anteriores.  Es en este momento en el que, suponiendo que algún hipotético lector está por aburrimiento, interés o lo que sea que le haya movido a empezar a leer esta reflexión, debería ya empezar a sentirse incómodo, sorpresivamente desinteresado; no creo que se sienta identificado, no es su caso. Uno sí puede ser genuinamente bueno, inteligente, bondadoso, coherente, atractivo, justo, divertido, etc. “Además te equivocas Zê, uno no lo hace para aparentar, porque uno es especial, distinto”.

Fascinante.

Sin embargo, dada la misma naturaleza humana y su incipiente desarrollo moral, creo con cierta firmeza que es virtualmente imposible SER todas o siquiera una de estas características de forma total. No vamos a entrar en detalles ni en discusiones subjetivas sobre la naturaleza moral de nuestra genuina bondad, pero no podemos negar que lo que se ha evidenciado a lo largo de la historia humana hasta el día de hoy, es que más importante que ser, ha sido para esta especie: Parecer. Por eso nos molesta cuando alguien señala las recurrentes disonancias cognitivas en las que incurrimos con tal de mantener firme y digno lo que la teoría psicoanalítica de Freud llama Superego, máximo defensor de nuestra conducta moral; sorteando cualquier obstáculo conceptual que amenace nuestro delicado constructo social. Con lo cual, podríamos afirmar que lejos de procurarnos la verdad sobre cualquier principio de la vida, incluso soslayando cualquier evidencia científica, buscaremos siempre la verdad que se ajuste a nuestro propio constructo social, relativizando cualquier concepto que intente amenazar la imagen que queremos que vean de nosotros. Es de vital importancia para nosotros, encontrar la coherencia necesaria que conecte lo que creemos que somos con la imagen que queremos proyectar en los demás; es por esto que necesitamos como nuestros pulmones el aire, racionalizar nuestra conducta para que se ajuste a este imaginario individual con el que desesperadamente perseguimos identificarnos.

Te propongo una “salida” psicológica que te podría permitir solucionar con alguna dignidad, estas disonancias cognitivas personales.

¿Qué te parece si decides construir una autoimagen un poco por debajo de los estándares exigidos por el buen cristianismo, o el ‘buenpersonismo’?

Imagina que no tienes que ser perfecto para ir al cielo cuando desparezca tu sombra de la faz de este planeta, imagina que Dios no está allá con una Tablet contando tus pecados, tus errores, tus desaciertos, tu… humanidad. Imagina que con al menos no ser un hijo de puta consumado; una criaturita envidiosa y perversa todo el tiempo o un miserable que le gusta hacer la vida de otros, miserable por lo menos una parte del día, podrías aspirar a ser aceptado en ese reino improbable de la vida eterna en el que crees; ¿Qué tal si te permites equivocarte de vez en cuando, aceptarlo y reconocerlo (y aprender de ello), si eres capaz de creer que la Divinidad pueda comprender con menor rigurosidad moral la naturaleza humana que tienes como herencia genética? ¿Quién sabe si Dios comprenda con su relativa tranquilidad celestial, que estamos lejos de ser perfectos y que finalmente dentro de ti haya algo de bondad mezclada con maldad? Es más, iré más lejos ¿Qué tal que no sea Dios quien esté allá arriba vigilándote con su laptop y un archivo de Excel acumulando cada cagada, cada mala decisión, cada acto de egoísmo para enviarte al infierno; sino que seas tú mismo y tu propio subconsciente cuyo aparato psíquico te programó para creer eso? Quién sabe si a lo mejor ese Dios bondadoso sí es bondadoso y magnánimo. A lo mejor nuestra misión no es ser perfectos sino aprender de nuestros errores y evolucionar.

Qué tal que sí.