La primera vez que yo leí sobre la “teoría del
decrecimiento”, tan ponderada por el progresismo, estaba relacionada con mi
campo de interés en cuanto a la enseñanza del inglés por allá por el 2014, porque
se cuestionaba esta práctica como un ajuste de la producción del conocimiento a
las demandas económico–empresariales; dicho de otro modo, enseñar y como
consecuencia, aprender inglés, te convertía un activo más del sistema
productivo, un bien transable y susceptible a ser convertido en objeto
mercantil, o sea un peón en el capitalismo neoliberal debido a que sitúa a los bilingües
en una posición de competencia y por consiguiente de desigualdad frente a
quienes no lo fueran y ahí estoy citando a Gómez y Saxe (2010) y a Cook (2003)
por si algún hipotético lector de estas líneas, tuviera la curiosidad intelectual
de indagar más a fondo. En ese orden de ideas, esta teoría recomendaba a la
población, no aprender inglés para no agudizar la desigualdad y los conflictos
sociales que esta conlleva. Propone por ejemplo que el personal docente debe
ser “formado” para desestimular el aprendizaje del inglés como la opción ideal
para alcanzar altas metas laborales; que las metas profesionales no deben
centrarse en adquirir un aumento en la capacidad de consumo y que la plenitud
humana no se alcanza con tener más sino con ser más. Como mínimo, esa reflexión
debería enseñar a las personas a racionalizar el gasto. No es difícil deducir
que la teoría aquí se refiere a racionalizar el gasto del individuo común pero
evidentemente no el gasto público. Es decir, son los individuos los que deben
frenar su crecimiento y su gasto mientras que el estado lo incrementa porque al
parecer, la producción excesiva y el consumo de recursos por parte de los individuos
y los países, afecta el equilibrio de los recursos del país. El chiste se
cuenta sólo, pero esta disonancia cognitiva no representa ninguna amenaza para
el sentido de la probabilidad racional de los believers, porque sus líderes representan
una raza aparte de superhumanos que actúan sin motivaciones personales y en pro
del bien común. Por eso, a diferencia de las aproximaciones epistemológicas
humanistas que abogan por una educación holística de individuos inteligentes, responsables
en el consumo de recursos naturales, los teóricos del decrecimiento, ante la
vorágine producción-consumo en el mundo occidental insta a los demás a decrecer
(y esta es la frase clave: NOSOTROS NO). Que los demás países limiten sus
políticas económicas, NOSOTROS NO, que los demás políticos se bajen el sueldo, NOSOTROS
NO, que sus enemigos respeten los derechos de los demás, NOSOTROS NO, que sus
detractores no hagan bullying, NOSOTROS NO. Que los demás se empobrezcan, NOSOTROS
NO. La casta de líderes de este sistema de pensamiento, desde el más rancio
comunismo, pasando por el socialismo del siglo XXI o socialismo light, y su actual
progresismo reciclado, ha resultado siempre en el enriquecimiento obsceno de
sus líderes y “lideresas” y el empobrecimiento de las masas, a quien
curiosamente SIEMPRE enarbolan como la bandera de sus luchas. Por ahí la
excepción a la regla, hasta donde yo sé, fue Pepe Mujica quien no resultó
millonario.
Así que sí, yo comprendí perfectamente lo que
dijo la ministra, lo que a mí me aterró no fue lo que otros creyeron era una
estupidez irracional, más bien que no soslayara su cosmovisión ideológica ni las
intenciones del gobierno. Quienes me han escuchado hablar saben que no hablo de
este gobierno per sé, este es la continuidad de un plan de gobierno que claramente
comenzó con Santos, siguió con Duque y pues continúa con Petro: saben que yo
estoy convencido que son parte del mismo paquete internacional (Agenda 2030 del
Foro Económico Mundial); si creen que estos ministros están aparentemente haciendo
declaraciones sin sentido, aunque parezcan incompetentes, presten atención;
llevan décadas preparándose para tomar el poder y lo tienen. Son perversos, no
estúpidos, sólo que ahora cuentan con más apoyo popular de una masa que se
nutre de noticieros y redes sociales.
Un abrazo ancestral.