Entendiendo
como lo entiendo ahora, la diferencia entre gastar e invertir, prefiero
invertir que gastar, hoy día gasto muy poco y no soy fan de comprar mucha ropa,
zapatos o teléfonos muy inteligentes, sólo lo estrictamente necesario y a veces
demasiado estrictamente; en cambio me gusta invertir en libros, experiencias edificantes
o negocios que me permitan libertad de tiempo, el cual creo firmemente, es el
activo más valioso que podemos aspirar a tener. Y me refiero a tiempo para ser
y hacer lo que verdaderamente vinimos a hacer a esta vida (tiempo de calidad).
Es la definición más adecuada para mí de lo que significa ser rico, que no es
lo mismo que tener mucho dinero. Conozco gente que tiene mucho dinero y poco
tiempo; mal negocio para mí porque si el dinero sólo te permite comprar cosas y
no tiempo, no eres rico. Además entendí que si lo que quieres es dinero para “comprar”
tiempo, tenía que invertir ambos.
Obviamente
puedes estar en desacuerdo y me parece perfecto, no tenemos que estar de acuerdo,
a pesar de este nuevo condicionamiento social en el que nos han imbuido, donde
a los que piensen diferente a ti, se les debe insultar y eventualmente acallar,
recuérdalo: No tenemos que estar de acuerdo y aunque te parezca difícil de
creer no tienes que denunciarme ante la suprema corte del correctismo político
de facefuck. Era un paréntesis dentro de este monólogo dominguero, nunca tengo
ni idea de hacia dónde se dirige la idea principal cuando me siento a escribir
estas pendejadas que se me ocurren que para mi sorpresa, tienen uno que otro
lector por ahí.
Dicho esto, debo
confesar que cometí muchos errores financieros durante toda mi vida; claro, a
mí nadie me enseñó en el colegio ni en mi entorno a desarrollar una vida
financiera sana, aprendí fue a trabajar para sobrevivir, endeudarme para
adquirir cosas, incluso un hábito que parecería saludable: Ahorrar para comprar
cosas. Nadie me enseñó a invertir para comprar mi libertad del sistema
financiero. Pero, ah eso sí, me enseñaron con mucho esfuerzo a distinguir
entre un retículo endoplasmático y una mitocondria; entre un diptongo y un
triptongo. Pero incluso cuando pensé que estaba bien encaminado, me enseñaron a
invertir para ganar dinero y comprar cosas, darme vacaciones, breves momentos
de ilusión que me hacían sentir bien; pero nada de esto iba dirigido a
liberarme de tiempo para hacer lo que vine a hacer y ser en esta vida, lo que
dicho de otro modo, es lo que le da sentido a la vida de uno. Sin embargo
siempre, tarde o temprano llegará la pregunta más importante a la que nos
tenemos que enfrentar: ¿Cuál es el sentido de mi vida? De aquí se empezarían a
derivar otros no menos inquietantes cuestionamientos tales como: Lo que estoy
haciendo, a lo que me dedico ¿Es el sentido de mi vida? ¿A esto vine realmente?
Muchos de ustedes, seguramente se responderán, Sí. A esto vine y por eso uno los
ve felices y plenos, personas tolerantes, satisfechas consigo mismas y se los
digo con toda sinceridad, los felicito. Ustedes tienen el deber moral de
compartir sus experiencias y sabiduría con los demás porque a mí y a un par por
ahí como yo, despistados y mal educados, pasamos mucho tiempo en esta vida
dando tumbos, arrastrándonos en una lucha por la supervivencia, batallando por
el pan de cada día con la esperanza de que las sobras del día nos alcancen para
descansar. Bien aventurados quienes aprendieron a tiempo lo que hasta apenas un
par de años vine finalmente a descubrir como experiencia. Cuando la mayor
cantidad de horas al día estás haciendo algo que te llena de plenitud y alegría
es cuando eres verdaderamente rico.
En mi
experiencia personal, esta alegría me la daba estar con mis estudiantes,
compartir vida con ellos, pero debo reconocer que gran parte de este tiempo
tenía que dedicarlo a la enseñanza del inglés, como si eso no hubieran podido
aprenderlo por sí mismos, mucho más rápido y efectivamente que durante esos ¿12?
¿15 años de colegio y universidad? O como si eso fuera realmente un imperativo
moral. Pero bueno, así fue; nada que hacer. Hoy lamento es no haber dispuesto
de más tiempo para ayudarles o acompañarlos en lo que sí necesitaban aprender o
conocer sobre la vida, sobre el sentido de sus vidas. Aunque ya lo intuía, no
tuve el tiempo y lo siento mucho. Es por eso por lo que no me fluye llamar
educación a este sistema de adoctrinamiento que conocemos como sistema
educativo, porque no lo es. Lo que me lleva al origen de este soliloquio. Este
libro de Sir Ken Robinson lo venden por ahí en los almacenes de cadena, junto
con los jabones, la crema dental, los dulces. Ahí lo encuentran, se los
recomiendo.
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